Continuación de la carta tercera de Dionisio Terraza y Rejón a Cayo Horacio. Situación de la revolución. Incitación a mayor resolución. Incluye Proclama de José Ignacio Cienfuegos a la ciudad de Concepción. Iniciado en extraordinario del 5 de febrero

 

 

Las desgracias, Cayo mío, y los apuros deben irritar más y más el coraje de los hombres emprendedores, pues aquel que solo tiene valor cuando no hay nada que temer, ni puede llamarse valiente, ni puede dejarse de tener por cobarde. De estos hombrecillos conocemos tú y yo algunas docenas, que andan esparcidos como langostas por estos países; ellos se comen los infiernos, y parecen unos verdaderos demonios cuando se ponen a charlar, pero al ver al enemigo les tiembla la barba, y les da un fuerte achaque de alferecía; ellos son balandrones, amigos de meter bullas en medio de un pueblo pacífico y desarmado, pero al menor aprieto corren como galgos, se esconden como conejos, tiemblan como azogados, se ponen cortos de vista para usar del anteojo, se vuelven nadadores como un barbo, se pierden entre los montes, y se entierran en las zanjas. Esto no es hablar mal de nadie, sino decirte a tí solo, que el valor nos es muy útil cuando se necesita, y que la paz no se sostiene con hombres valientes, perdonavidas. He aquí un rasgo de valor muy conveniente en las presentes circunstancias. La proclama del señor Cienfuegos [10], hecha al pueblo y vecindario de Concepción, cuando el miedo trae a otros muy sucios, es la mayor prueba de que su autor no teme comprometerse contra Abascal, contra Sánchez [11], ni contra Pezuela. Léela amigo, y aprende a arrostrar a las dificultades.

 

Proclama del señor don Ignacio Cienfuegos, Vocal Plenipotenciario del Supremo Gobierno del Estado Chileno a al Ciudad y Provincia de Concepción, y al Ejército Restaurador.

 

"Generosos ciudadanos de Concepción e invictos soldados del ejercito restaurador. La Patria se halla gravemente afligida. Bien tu sabéis. El orgulloso Sánchez para llenar las ambiciosas ideas del execrable déspota Abascal no cesa de tomar todas las medidas y providencias muy activas para privarnos de los inviolables y sagrados derechos de nuestra libertad. No os dejéis seducir. Conoced la sublime dignidad de vuestro soberano destino sobre la tierra, y en la eternidad. Este es el más precioso tesoro que a toda costa debéis defender. Somos libres e iguales sin más dependencia que aquella que justamente exige el Ser Soberano que nos ha criado y conserva, el padre carnal que nos ha engendrado, y el espiritual que nos ha engendrado, y conduce al venturoso eterno destino. Fuera de estas potestades no hay alguna otra sobre la tierra, ni en los cielos, que emana inmediatamente de Dios, y a quien los hombres debemos necesariamente tributar sumisión y obediencia. Este es el dictamen de la razón natural, y esto lo confirma la Escritura Santa. ¡Oh tirano Abascal¡ ¡Oh insensato Sánchez! ¿Cómo intentáis atropellar y abolir esta Sacrosanta y eterna ley del Altísimo? ¿Por qué solicitas hacer esclavos a los que la naturaleza y la gracia han hecho libres? Sois unos injustos agresores de los más sagrados derechos del hombre. Sois unos insolentes usurpadores de los envidiables poderíos del Ser Soberano. Esos campos talados, esas provincias desoladas, y tanta sangre que por vuestra causa se ha derramado, con mudas voces claman contra vosotros al gran Dios de las venganzas. Pretendéis ocultar vuestras inicuas y ambiciosas solicitudes con el pretexto de fidelidad a Fernando VII y nos tratáis de insurgentes. ¡Ah infames hipócritas, y viles egoístas! Vuestros intereses y conveniencias particulares son el Fernando que adoráis, y el móvil de vuestra pretendida fidelidad. Si es innegable que Fernando como los demás reyes, ha recibido de los pueblos la autoridad y poderío que ejercía, ¿con qué razón nos acusáis de insurgentes cuando por estar civilmente muerto o desterrado ya no puede cumplir con las obligaciones de su cargo? Aun supuesto el caso que libremente le hayamos jurado, en las actuales circunstancias estamos libres de aquel sagrado reato; y aún cuando Fernando volviera a su trono, tampoco tenemos la obligación de obedecerle; pues sin nuestra anuencia se ha variado la constitución española. Pero aún digo más: sin el concurso de las predichas circunstancias debemos separarnos de la España por estar viciada en materia de fe, y no haber ley ni juramento que pueda obligar al hombre con evidente detrimento de los inviolables y sagrados derechos de la Religión. Tened pues la satisfacción, oh nobles ciudadanos y generosos soldados, que la libertad de nuestra patria es la causa más sagrada, y tiene los más estrechos resortes con nuestra Divina Religión. Penetrados de estos justos sentimientos no dudemos hacer los mayores sacrificios por sostenerla. De ella depende nuestra quietud temporal, y nuestra felicidad eterna. Seamos libres, y no viles esclavos. Seamos cristianos, y no infames apóstatas. Escarmentad a este vil enemigo e injusto agresor de nuestra libertad. Uníos en sentimientos bajo la conducta de nuestro valiente General O’Higgins, y extinguidas las divisiones intestinas dad al mundo entero la más brillante prueba de vuestro valor, religiosidad y patriotismo. Estos son los justos deseos de vuestro Supremo Gobierno quo con ansia suspira por vuestra paz y tranquilidad. Penetrado íntimamente del dolor de vuestros males y desventuras, no omite, ni omitirá sacrificio alguno por vuestro alivio. Con este objeto me ha remitido en calidad de vocal plenipotenciario. Deseo por mi honor, por mi conciencia, y por vuestra felicidad llenar plenamente tan alta comisión. Espero de vuestra nobleza y generosidad cooperareis en cuanto sea posible al más exacto cumplimiento de mis benéficas intenciones. No repararé en trabajos y fatigas por el logro de vuestro bien. Vuestro alivio será mi mayor consuelo; vuestra quietud será mi dulce descanso, y vuestra felicidad será mi glorioso triunfo. Concepción, 30 de Enero de 1814. José Ignacio Cienfuegos.- José Vicente de Aguirre, Secretario.

 

Ya ves, mi Cayo, como hay hombres que no tienen miedo a los tiranos aún en el mayor apuro.

 

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[10]

José Ignacio Cienfuegos (N. del E.).
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[11]

Juan Francisco Sánchez (N. del E.).
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