Sin título ["Mi querido Cayo: La pasión de..."]. Carta de Dionisio Terraza y Rejón (Antonio José de Irisarri) a Cayo Horacio (Camilo Henríquez). Relativa al carácter de los pueblos Véase en Nº extraordinario del 10 de noviembre de 1813

 

No he de callar, por más que con el dedo
Ya tocando la boca, o ya la frente,
Silencio avises, o amenazes miedo.
Quevedo, Sat.


Mi querido Cayo: la pasión de escribir es un demonio intolerable. Como hacía tanto tiempo que mi pluma estaba sin ejercicio, la vi de repente seca, con los puntos abiertos y más dura que el alma de un tirano. Me lastimaba de verla tan mal parada, y apetecía una proporción de sacudirle el polvo y ablandarle su dureza; pero aquella pasioncilla que no conocen los héroes, aquella a quien unos llaman prudencia y otros miedo, me hacía una guerra vigorosa. En este estado vi tu Semanarioextraordinario del Miércoles 10, y dije: aquí que no peco; me entraré por las obras de Cayo con el rejón en la mano, como Pedro por su casa; él es hombre de paciencia y aguantará los rejonazos [10], y si no lo fuese, poco arriesgo con este pobre diablo que no tiene soldados, fusiles ni cañones; nos daremos una sacudida, y la cosa quedará en este estado. A la verdad, Cayo, el partido es igual y se puede entrar en él a ojos cerrados: no correrá sangre entre nosotros, porque ambos somos hombres de consejo, y enemigos de dar a las manos e1 oficio de la cabeza, de la razón.

Digo pues, amigo Cayo, que  he visto con gusto tu rasgo sobre la influencia que puede tener el clima en el carácter de los hombres. La cosa no era tan nueva para mí, pues ya lo había visto en un periódico, que se titula el Verdadero Peruano, y según recuerda mi memoria, creo que su autor era un Subdelegado de Pasco, llamado D. J. Larrea y Loredo. Algunos de tus argumentos son pintiparados los mismos que se hallan en aquel papel, y me temo que algún día el tal Subdelegado nos venga contando los cuentos de la Abutarda y de los Huevos filipinos del chacotero Iriarte, o el del Grajo empavonado del jorobado Esopo. Mas no hay cuidado, porque en tal caso le diremos, que en tiempo de revolución no se debe andar reparando en niñerías: los conflictos de la patria y de los patriotas son la suprema ley; el señor Subdelegado es un sarraceno [11] limeño, y como estamos en tiempo de guerra, podemos apropiarnos sus cosas de la misma suerte que el Virrey apaña las nuestras; que se vayan las observaciones sobre el carácter de los indios en compensación del Potrillo y de la Perla [12] y de algunos realitos que nos han atrapado los fieles servidores del Señor don Fernando [13], que de Dios goce.

Yo hubiera celebrado un poco de más claridad en tus explicaciones, porque has de saber, Cayo amigo, que así como al buen entendedor pocas palabras, al que no quiere entender es preciso decírselo cantado y rezado. La sal cáustica es un excelente medicamento para los guisados que se presentan al público; ella hace sus cosquillas al entrar al gaznate, pero esto mismo es un provecho, porque sensibiliza el paladar y abre el apetito, disponiéndole a devorar gran copia de manjares: si por el contrario, se presentan guisos elegantes sin aquel estimulante, que excita a seguir comiendo, son pocos los que se aprovechan de la ciencia del cocinero, y este viene a perder casi todo su trabajo.

Ahora dime: ¿tú cocinas para ganosos o para desganados? Según lo que tú mismo dices, la gente anda con achaques de empacho, y en este caso pierdes tu trabajo y tus guisotes tan formales. Ocurramos pues a nuestra sal, y pongamos en movimiento el apetito. Mira, como hubiera yo condimentado tu guisote: no habrá huaso ni demonio que se vaya al otro mundo sin entenderme.

Habéis de saber, paisanos míos, que un tal Montesquieu, de gloriosa memoria, y otros varios tan gloriosos como este, dieron en la majadería de decir que los hombres no eran unos mismos en todas partes; porque aquí el frío, allí el calor, allá la humedad, acullá la sequedad, y más allá los disparates, hacían que unos fuesen así y otros asá. De aquí vienen a sacar estos demonios en figura de filósofos, que los que viven en su tierra son sabios y hombres buenos por naturaleza y gracia, porque su clima es a propósito para dar hombres así, y los que viven en otra parte son ignorantes y viciosos, porque su temperamento así lo requiere. Estos hombres hicieron a sus semejantes de la misma naturaleza de las calabazas, o de los espárragos, que en unas partes se dan mejor que en otras. Los burros mismos salieron mejor despachados de las manos de estos disparateros, porque habiéndolos dejado igualmente burros en todas partes, no le dieron lugar al clima para hacerles más o menos borricos. Discurrir, si podéis, cual sería la razón que les hizo creer a aquellos señores, que el tal clima, o la patraña, tuviese más influencia sobre el hombre que sobre el burro. Ellos confesaban que este animal estúpido, ya habite los climas fríos, ya los cálidos, ya los húmedos, ya los secos, siempre tiene la misma estupidez, siempre las mismas pasiones, siempre las mismas cualidades. Sólo el hombre fue en su concepto tan débil y tan desgraciado que debía estar expuesto a embrutecerse con el calor, y a mejorar su espíritu con el frío. ¿No os reís de tan grandes desatinos? ¿Podría darse un disparatar más desentonado? ¿La misma experiencia no os está diciendo, que toda esa influencia tan ponderada es un absurdo el más grosero, el más desvergonzado, el más bribón del mundo? Claro está que sí; pero si por acaso no lo entendéis bien, os lo meteré por los ojos a pesar de Vuestra torpeza.

Si fuese el fin quien hace activos y pensadores a los hombres, vosotros en el invierno cortaríais un pelo en el aire, y si el calor trajese la pesadez y la torpeza, en el verano seríais unos postes andando, pero yo no veo, ni vosotros veréis, tales diferencias. Cuando hace frío os envolvéis en el poncho, os arrimáis al fuego, os engullís unos mates tras otros, y no hay santos ni demonios que os muevan del brasero. Cuando hace calor, os quitáis el poncho, os ponéis en mangas de camisa, os tendéis a la birlonga [14], y dormís unas siestas tan largas como noches y unas noches tan largas como siestas. Para vosotros el frío y el calor son unas mismas cosa; vuestras pasiones, que son la desidia y el mate, del mismo modo os esclavizan el invierno que en verano. ¿No es esto así, carísimos paisanos míos? Pues lo mismo sucede en todo el mundo. A la gente desidiosa lo mismo se le da del frío entre las nieves de Noruega, que del calor entre las abrasadas arenas de la Libia. Yo he visto pueblos laboriosos en medio de la zona tórrida, bajo un calor inaguantable, y los he visto muy holgazanes en la zona templada bajo el clima más benigno, siendo esto solo bastante para hacerme creer, que no es el clima el que forma el carácter de los hombres, sino otra cosa que nos hiere con más fuerza. La historia nos convence lo mismo y de un modo incontestable. Ella nos presenta unos pueblos heroicos en una época y miserables y abatidos en otra; bajo un mismo clima, dentro de unos mismos muros los romanos fueron en un tiempo los hombres más celosos de su libertad y pasados algunos años cayeron en el mayor abatimiento y en la más degradante servidumbre. Aquellos romanos, que conquistaron todo el mundo con su valor a intrepidez, se vieron muchas veces humillados temblando de un muchacho torpe como Nerón, y de otros débiles tiranos, que en otros tiempos no hubieran dominado un día. Los fenicios, los griegos, los indios, en una palabra, todos los pueblos han tenido sus días de gloria y sus días de oprobio. Casi en nada se parecen los hombres de un siglo a los de otro; una generación se diferencia de la que le antecede y de la que le sigue. El clima es invariable, y las costumbres siempre distintas. ¿Qué puede hacer, pues, esta diferencia? ¿Serán las aguas, o los vientos? ¿Serán los brujos, o los diablos? No, Cayo amado. No hay más clima, más calor, más frío, más agua, más viento, más brujos, ni más diablos que el gobierno. Este, este es el que hace a los pueblos sabios o necios, enérgicos o apáticos, débiles o fuertes, laboriosos u holgazanes, virtuosos o viciosos. De aquí es, que cuando un pueblo ha tenido un gobierno sabio, laborioso y virtuoso, todos los hombres gobernados por él han amado estas virtudes y las han imitado constantemente; pero cuando el gobierno ha sido un burro, o un sacre [15], los gobernados se aborrican y asacran. Esto es muy fácil de observarse en la historia; durante los buenos gobiernos se manifiestan los pueblos dignos de la atención del mundo, y pasados aquellos, volvieron estos a la oscuridad y al olvido. ¿No habéis oído decir a nuestros curas: cuando caput dolet, coetera membra dolent? Pues esta es la razón porque así suceda. Ese latín dice, que cuando la cabeza anda mal, el resto del cuerpo no puede andar muy bien. El gobierno es la cabeza del pueblo, es aquella parte, que dirige a todos los miembros, que somos los que obedecemos. Si la cabeza no nos sabe dirigir, claro está que dará con los pobres miembros en un precipicio de los muchos que se presentan a cada paso. Si la cabeza es una cabeza de loco, o de tonto, es preciso un gran milagro para que los miembros no hagan locuras o tonterías. En una palabra, si la cabeza está durmiendo a todas horas, los miembros no pueden estar en un continuo movimiento; y este sueño es verdadero calor, que hace flojos y abatidos a los hombres, así como la vigilancia del gobierno es el verdadero frío, que hace agitar a los súbditos.

Ya ves, querido Cayo, como me hubiera yo insinuado con mis lectores para que tomasen de pe a pá la leccioncilla, y no podrás tú negar, que aunque tu estilo podía lucir mejor que el de esta carta en una academia, el mío hará más impresión en aquellos para quienes se escribe. Por esto te ruego, que si crees que la elocuencia es el arte de hacerse entender, y de persuadir lo que se quiere, no te olvides nunca de que es preciso acomodarse al genio y al gusto de aquellos que quieres que lean. Ten un poco de consideración con tus lectores, y no quieras dar a los que supones ignorantes las mismas ideas y la misma comprensión que tiene un sabio, o a lo menos un hombre ilustrado. Acomódate a sus pequeñeces, y lograrás hacerlos grandes o medianos. No dejes tampoco a tus discípulos sacar la consecuencia, que debe deducirse de tus principios, porque si algunos se toman el trabajo de pensar en lo que tu quieres, los más no gustan de entrar en estos cuidados, y acabando de leer el papel, o de oír el sermón, vuelven la vista hacia otro lado, y se llevan con sus ojos todas sus potencias. Para evitar este inconveniente, después de haber desmentido la opinión de los Montesquieus, y de haber sentado la de que el gobierno es quien sólo puede influir en las costumbres que forman el  carácter de los hombres, debíais de haber descendido a nuestros negocios particulares, y exponiendo nuestros vicios te podías haber ocupado un rato, en describirnos el remedio. Sin esto, todo o demás es una baratija, una charla estéril, una miserable teoría, que nada nos da, y nos quita el tiempo que podíamos emplear en una docena de mates.Mas ya que tú no has querido hacerlo así, déjame que yo te diga como lo hubiera desempeñado.

En primer lugar hubiera dibujado con un carbón bien negro el cuadro de nuestras costumbres, la indolencia, la socarronería, el orgullo, el  interés, la envidia, la adulación, el abatimiento, la bambolla[16], y todo esto, sobre un gran campo de ignorancia y presunción. El patriotismo debía aparecer después en el cuadro todo entumido y como avergonzado, sin atreverse a acercarse a ningún lado; de todas lo desechan, y él no encuentra sino enemigos en cuantos le rodean. Yo me hubiera empeñado por divertir a mis lectores haciéndoles ver la lucha del pobre patriotismo con tantos enemigos; si se acerca a la indolencia y quiere darle actividad; se vence con sus mismos esfuerzos y luego cae en el abatimiento, allí le acomete la adulación, con palabras muy dulces y lisonjeras; el orgullo le amenaza con un tono imponente; la envidia le muerde con crueldad; la socarronería le exaspera; el interés le propone mil viles ventajas; la ignorancia le envuelve sus tinieblas, y la presunción le ofusca los sentidos. Así debía aparecer el patriotismo, muy flaco y maltratado, sosteniendo sobre unas robustas muletas, lleno de parches y bragueros; así como un valiente soldado que ha sostenido sólo una guerra contra muchos enemigos.

Después de esto pedía el retrato infernal una explicación, que podía hacerse sobre poco más o menos así. De todos los pueblos que han hecho voto del patriotismo, ninguno ha adelantado menos que el nuestro; porque esta virtud social no puede amasarse bien con los feísimos vicios que forman nuestro carácter. Queremos que el patriotismo fomente nuestras pasiones bajas, que nos sirva de impunidad para cometer todos los crímenes, que nos autorice para destruir la misma patria; y este es un desatino muy gordo, y una cosa que no puede suceder, aunque hagamos pacto con e1 diablo. De esta suerte, sobre ser tan viciosos como somos, nos haremos los hombres más desgraciados, y donde quiera que vayamos, iremos arrastrando la ignominia y el odio de todos los hombres sensatos. Mas ya veo que exasperados los lectores deben preguntarme: ¿y qué  remedio, señor crítico para curar estos males? Aquí viene la aplicación de tu rasgo sobre la influencia del clima. Debías responder: el gobierno, señores míos, el gobierno. ¿Y qué tiene que hacer el gobierno? Os lo diré: vamos despacio.

El gobierno debe conocer los vicios de los pueblos, debe estudiarlos y debe aplicarles el remedio. Sea el gobierno activo y los pueblos lo serán a su ejemplo; promueva la ilustración, mostrándola en sus obras, y en una palabra, sea él el dechado de aquellas virtudes que quiere fomentar. Mire el gobierno a los hombres que manda con aquella circunspección que le hace un maestro celoso del adelantamiento de sus discípulos; no los trate como un arriero conduce a su destino una recua de borricos. Tenga mucho cuidado de no equivocar sus medidas, y fomente aquellos principios que sirven de cimiento a las grandes virtudes. No es necesario que en un pueblo hayan [haya] muchos teólogos, muchos juristas, muchos astrónomos, muchos matemáticos, excelentes todos para hacer un pueblo culto; basta que haya dulzura en las costumbres, amor al trabajo y afecto al gobierno. Para esto es preciso quitar ciertos embarazos, que nos impiden llegar a aquel estado. El principal de todos ellos es la preocupación de que sólo son buenos para desempeñar los empleos públicos aquellos hombres que tienen en sus puertas unos grandes promontorios de madera o de piedra, con muchos animales pintados o grabados. Es preciso convenir en que estos animales o sabandijas, no dan a nadie una brizna de talento, ni de disposición para gobernar. Si entre éstos se hallasen las cualidades necesarias, santo y bueno; pero que hayan de mandar éstos solos sin más derecho ni disposición que la que les dan sus promontorios, malo; así saldrá ello. No por esto se excluye a nadie, pues el que quiera merecer los destinos, tiene en su arbitrio el aplicarse al estudio y mostrarse apto para desempeñarlos. Ahora: ¿Cómo se quiere ganar opinión, ni mover los ánimos de millares de hombres abatidos, sin abrirles el camino del honor y de la gloria, y sin hacerles ver las ventajas que les resultan de corregir sus vicios? Las palabras, se ha dicho mil veces, que son moneda falsa: sólo las obras son las que merecen crédito.

Sobre todo, Cayo mío, yo me iba ya pasando muy adelante con esta carta, y en verdad que no acabara tan pronto, si no tuviese que hacer otra cosa que me rinde más producto.

Concluyo, pues, pidiéndote por Dios o por la Virgen, que nos digas algo en algún número del Semanario sobre la santísima virtud de la prudencia, que prudentemente nos ha de llevar a los infiernos. Esos varones prudentes, ya sabes tú, que son unos; apostemas engangrenados, que quieren convertir el patriotismo en inacción, torpeza y madurativo. Estos santos prudentísimos varones llaman patriotas locos a los que muestran algún calor en las cosas de la patria, y todo quieren que sea obra de cien años de discusión y de hablar tonterías sin hacer nada. En verdad, que nuestros enemigos no hacen tanto alarde de tu prudencia, y les va mejor así. Esos  porteños de Buenos Aires, que en efecto son bien imprudentes, porque cascan fuerte y muy seguido, nos están dando lecciones muy patentes de lo que importa huir de una virtud tan viciosa como la nuestra; ¡pero si esos diablos son tan jacobinos! traslado a los enemigos de nuestra causa. En fin, es menester hallar algo de prudencia y de jacobinismo, que son las dos palabras que hoy están de moda, y que verdaderamente nadie que las dice las entiende. La apatía más vergonzosa y criminal se llama virtud y prudencia, y la energía se llama vicio y jacobinismo. Así anda el duengue, Cayo amigo, y así andará siempre, si tú no haces algo por componer estos entuertos.

Pásalo bien, dispensa mis claridades, enséñame a ser un poco oscuro, y manda a tu afectísimo amigo que, a pesar de todo lo que ha dicho, te ama cordialmente.

 

Dionisio Terraza y Rejón.

 

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[10]

Tanto esta expresión "rejonazos", como la anterior "rejón", aluden al seudónimo de Antonio José de Irisarri, Dionisio Terraza Rejón (N. del E.).
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[11]

Realista (N. del E.).
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[12]

Naves mercantes armadas por el Estado chileno para hacer fente a las naves realistas que bloqueaban las costas (N. del E.).
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[13]

Referencia a Fernando de Abascal, Virrey del Perú (N. del E.).
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[14]

Con descuido, sin provecho (N. del E.).
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[15]

La única acepción consignada en el Diccionario de la Lengua Española para esta palabra y que en algo se ajusta al sentido de la frase es "El que roba o hurta" (N. del E.).
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[16]

Boato, fausto u ostentación excesiva (N. del E.).

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