Sin titulo ["No es facil calcular la importancia..."]. Comentarios sobre sucesos militares en el Alto Peru, y suerte de la revolucion en America. Continua en Nº 3, 13 de noviembre de 1813 y Nº 4, 20 de noviembre de 1813

 

No es fácil calcular la importancia y consecuencias de la última victoria del General Belgrano. Su ejército mucho más aguerrido que antes y lleno del entusiasmo de la victoria, no puede hallar resistencia hasta las vecindades de Lima. El grito de la libertad debe oírse por todos los ángulos de las sierras: aquellos pueblos siempre han clamado por la libertad. La impotencia de don Fernando Abascal será conocida ya por todos. Cuando Pezuela [1]sacó de Lima sólo trescientos hombres, sus recursos están agotados. El ejército auxiliar ha adquirido gran número de armas; se ha apoderado de todos los fusiles y de toda la artillería del de Pezuela; puede, pues, crecer hasta un pie más formidable.

Está en el orden que Cuzco y Arequipa y todas sus costas entren en la revolución, o sean subyugadas. Don Fernando[2]no puede ya pensar en expediciones, sino en poner la tropa que pueda en las gargantas de las sierras más cercanas a Lima. No sabemos qué impresión hará este último a irreparable desastre en aquel angustiado pueblo. Este gran acontecimiento debe abrir los ojos de nuestros alucinados hermanos de Chillán. Hallándose aislados, sin esperanza de socorro del Perú, y debiendo conocer que tienen contra sí al ejército de Belgrano y a toda la fuerza del sublime aliado, el pueblo de Buenos Aires, si acaso les parecen pequeñas nuestras fuerzas actuales, deben aprovecharse de las humanas ofertas del gobierno, que promete restituir a su país a los hijos de Chiloé, conociendo que fueron engañados; perdonar a los de Valdivia, y sepultar en un generoso olvido los hombres y los hechos de cuantos hayan tomado las armas contra la causa de la patria.

Dije en un Monitor que la corrupción y desórdenes del último reinado, no prepararon los espíritus para la revolución a que dieron nacimiento. Verdaderamente, los desórdenes no inspiran el amor y la fortaleza de la libertad. La corrupción que difunde todos los vicios, el egoísmo, la codicia, la rapacidad y la bajeza, no podía prepararnos a los sentimientos republicanos, al desinterés y a la grandeza y elevación del alma. ¿Podré usar aquí de la expresión de un filósofo, diciendo que toda la monarquía española era ya un cadáver, cuyas partes todas entraron en podredumbre, se separaron y convirtieron en gusanos, que se pudrirán ellos mismos, después de haberlo devorado todo? ¿Podrá decirse, que alrededor de este cadáver se agitan las naciones adyacentes, como hacen en el campo los animales voraces? ¿Podrá decirse, que llamando unos desórdenes a otros desórdenes, han de pasar unos pueblos dignos de mejor fortuna, a mayor opresión y más graves desgracias? Pero aun era tiempo de impedirlo; si lo que no hizo la educación hiciese la necesidad y el peligro, inspirando virtudes y miras de prudencia.

El español Blanco[3]dice que en España y en América se camina a ciegas actualmente. A ciegas se ha caminado desde el principio de la revolución. Cuando más se necesitaba de celeridad, actividad y sistema en las operaciones, se organizó el gobierno de manera que forzosamente había de ser lento y tardo. Se puso en manos de muchos, en vez de confiarse a un hombre de bien y de talento y que obtuviese la confianza general. Si no se hallaba un hombre a propósito para un cargo semejante, menos se podía esperar de la reunión de muchos inútiles. A lo menos uno sólo no habría malgastado el tiempo en disputas y discusiones sin término ni fruto. Uno sólo no habría podido disculparse con los defectos de los demás. Volvamos al examen del espíritu de las revoluciones.

El entusiasmo de 1a España fue el odio y el resentimiento a los franceses. Aquella revolución habría sido admirable si hubiese sido republicana, si hubiese confiado los cargos a hombres nuevos, si hubiese fomentado el espíritu republicano en las américas, formando con ellas un cuerpo federal y estableciendo la libertad con fuerzas reunidas.

No puedo discutir con certeza acerca del entusiasmo de México, Cundinamarca, Caracas y Quito, ni conozco bien la naturaleza de sus revoluciones. Parece que la revolución de México es democrática, y por eso la sostiene la masa del pueblo, y que su entusiasmo es principalmente el odio a sus opresores: La revolución de Quito fue aristocrática. Parece que todas aquellas provincias y gobiernos provisorios incurrieron en una falta muy grave y bien incomprensible. Sosteniendo una misma causa y unos mismos intereses y pretensiones, estando expuestas a unos mismos peligros, y siendo tan escasos los recursos de cada una, nada había más natural que formar un Congreso de delegados o representantes de cada Gobierno particular, a saber de Cundinamarca, Quito, Cartagena y Caracas, para adoptar medidas de seguridad y defensa. El orden interior se habría mejor conservado, se habrían organizado y mantenido fuerzas respetables, y se habrían hecho obrar útilmente, si este Congreso hubiese nombrado un Poder Ejecutivo, con autoridad suprema sobre todos los gobiernos particulares, sobre todas y cada una de las provincias componentes. Por medio de esta medida tan sabia y fácil, si se hubiese procedido con cordura, y que se ha propuesto desde Londres por escritores bien intencionados, la revolución habría adquirido más respeto; se habrían subyugado Cuenca, Guayaquil, Santa Marta, Maracaibo y Coro; no habrían ocurrido desordenes en cada Gobierno particular; los enemigos no habrían obtenido ventajas, ni hecho tantos insultos con fuerzas tan débiles.

Trojaque nunc staret.

Las alianzas, por fuertes y cordiales que se supongan, ni pueden producir efectos prontos, vigorosos y metódicos, ni conservar en orden a los gobiernos aliados. Nada es comparable a los Gobiernos concentrados, sencillos y centrales. Las alianzas de las repúblicas presentan siempre dificultades, embarazos y demoras en las operaciones militares, y en la colectación y dirección de los recursos, como observa el General Lloyd. Si la experiencia es la gran maestra de la política, ella clama por la adopción de una medida tan saludable y necesaria, y sobre la cual debe meditarse muy profundamente.

 

(Se continuará)

 

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[1]

Joaquín de la Pezuela (N. del E.).

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[2]

Alude a Fernando de Abascal, Virrey del Perú (N. del E.).

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[3]

José María Blanco White (N. del E.).

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